Reseña:

Visto desde hoy, el desarrollo de la historiografía argentina exhibe en general un paisaje desarticulado. La bibliografía labrada sobre el tema en los últimos lustros refracta sin forzamientos su dislocación. El resultado suele ser un compendio de parágrafos o capítulos sin mayor corporalidad interpretativa. Quizá mucho de ello deba ser atribuido a cierta autocomplacencia que vuelve irrelevante interrogar el ayer de una disciplina finalmente configurada como campo científico. La voluntad de una discusión crítica con el pasado historiográfico es restringida. En tal deleite por la ausencia de querellas, la profesión historiadora contemporánea se asemeja sólo parcialmente a sus inmediatos antecesores. La historia de la historiografía escrita desde las izquierdas transparenta una mayor coherencia. No es que sea unitaria. Sucede todo lo contrario. Pero para decirlo con las maneras de Michel Foucault en La arqueología del saber, esa historiografía plena de antagonismos posee reglas de dispersión. El comunismo emerge -prematuro, insatisfecho, específico- de las entrañas del socialismo, y su primera referencia histórica, en 1919, surge como documento del Partido Socialista Internacional en busca de reconocimiento dentro del pujante movimiento revolucionario mundial. Lo mismo puede decirse de la izquierda nacional y del trotskismo, que brotan de las contradicciones de los partidos Socialista y Comunista. El peronismo revolucionario tampoco permanece externo a los problemas políticos e intelectuales de la izquierda precedente, así sea a través de la querella o la renuncia. Cada uno de estos puentes polémicos atesora sus columnas de interpretación historiográfica.