Reseña:

Treinta años de lucha libre mexicana pasan por la lente de Lourdes Grobet. Al principio fueron el color y las coreografías que se desplegaban sobre los encordados lo que la atrajeron. Pero pronto descubre que el deporte es mucho más que eso, incluso mucho más que una genuina manifestación de la cultura popular mexicana. El asunto termina por presentársele como un significativo universo que rebasa los límites del ring, las butacas o las arenas. Para Lourdes, protagonistas y espectadores son partes indiscernibles de un deporte ligado a lo teatral y lo carnavalesco y, con el mismo interés, captura los gestos del público que documenta las hazañas de los gladiadores, como Santo, Blue Demon, El Solitario, Irma González o la Briosa. Cuando advierte que los dioses y las reinas del pancracio ejercen profanos oficios como mecánicos, dentistas, carniceros o interpretes de bolero; desarrolla una variante de su trabajo a la que llama La lucha por la vida. Sigue a estos ídolos al ámbito doméstico, retrata a los expertos en vuelos, llaves y caídas, en la intimidad de sus habitaciones. Quizá la mejor descripción del trabajo de Grobet, es la que expresó doña Virginia Aguilera, la octogenaria aficionada con más de cuarenta años de experiencia en butaca de primera fila, cuando al ver las fotografías, afirmó sentir la misma emoción que en las arenas: "así se siente cuando se ve la lucha".