Reseña:

Los mercados de la ciudad de México son una síntesis de la productividad natural del país, de lo que sale y crece de nuestra tierra, de lo que saca de nuestros mares y ríos para la supervivencia de quienes habitamos en una de las más grandes urbes del mundo. Son la síntesis del quehacer de muchos mexicanos que siembran, pescan y crían, que cosechan, comercializan y transportan, que procesan, venden y revenden. Son reflejo de nuestras tradiciones, origen de nuestra cocina y evidencia de nuestra manera de ser. Entre los 329 mercados de la gran ciudad, encontramos al de Milpa Alta, donde comienza la cadena de comercialización de más de la mitad del consumo de nopales de este país, al de Jamaica, identificado sobre todo por la venta de flores; al de la Nueva Viga, especializado en pescados y mariscos; al de Sonora, conocido por sus productos artesanales, hierbas medicinales, pócimas y amuletos; al de San Juan que ofrece sofisticados productos para la cocina gourmet; al de Nuevo San Lázaro y al de Emilio Carranza de peces de ornato y objetos para mascotas; al de San Ángel, resistiendo el embate de los supermercados y al de la Merced, el más grande de Latinoamérica, que en cuyas diferentes áreas se venden verduras, frutas, flores, comida preparada, carne, artículos de lámina, canastos y dulces. La selección de estos mercados nos permite apreciar de manera clara el panorama de una actividad constante que Laura Cohen resume perfectamente con su cámara fotográfica, develando el modo de ser y estar de una gran parte de los capitalinos y justificando, a su vez, con los colores, texturas y perspectivas que captan a través de la lente, la identidad de quienes vivimos aquí.