Reseña:

La creación de los Estados de las Américas está llena de hombres sorprendentes, inverosímiles y paradójicos. ¿Cómo entender al párroco de pueblo que en cinco meses revolucionó al más viejo y rico de los virreinatos españoles para morir pocos meses después exigiendo su chocolate?, ¿en qué cabeza caben los dueños de esclavos de Virginia o Pensilvania llenándose la boca con la palabra libertad?, ¿de dónde salió aquel oscuro oficial español que atravesó los Andes en camilla, escupiendo sangre, para romper el espinazo del dominio imperial ¿y aquel arriero de Valladolid, luego cura de almas pueblerinas, que prefirió ser Siervo y no Generalísimo? , ¿y ese elegante oficial de patillas rubias que fue aclamado emperador entre los delirios de una nación que después lo pondría frente al pelotón de fusilamiento ?, ¿qué se le perdió en una revolución a un hombre de 40 años de edad que era viudo, rico, libre; que tenía una novia en cada pueblo, los mejores caballos del Plan de Abajo y era capitán de los privilegiados Dragones de la Reina?..., ¿y a aquel Napoleón del Oeste perdido en su hacienda de Manga del Clavo?, ¿y al general Boves incitando una revolución social para defender el absolutismo español? , ¿y a Bolívar, a quien nunca podremos clasificar? Pero quizá ninguna paradoja como la de aquel desconocido soldado de la Huasteca, aquel caballero de ignoto nombre a quien le bastaron dos años para rehacer el mapa de la América y fundar la nación más extraña del continente