Reseña:

Esta novela nos sumerge en las aspiraciones de un pachuco, figura emblemática de nuestro imaginario, asentada en fértiles terrenos que comparten la historia, el mito y la imaginación. Filias y fobias han convivido en una compleja transformación que va del choque y sincretismo culturales a la tipificación que se ha alimentado en el cine; alcanza incluso categoría antropológica. "Las naves ardiendo" escenifica la lucha de un hombre, Héctor, en busca de identidad propia, cuyos trasuntos y máscaras son la extravagancia de sus trajes y un narcisismo concentrado en el verbo bailar. Es el deseo por la figura de la mujer, que el erotismo idealiza y magnifica en Lena a quien conoció en el amanecer de su candor. Ella, flexible como los arranques del pachuco; lejana como los zumos dorados en él, cuya obstinación fructifica en comunión. El tiempo y esa sombra llamada destino, entretanto, son el yunque que atempera la dicha postergada de Héctor y Lena; la burocracia existencial e institucional lo encuentran y lo suspenden desde la epifanía nupcial que se marchita en rostros inertes, fraternidad pasiva y promesas malogradas. Treinta años de ocio instituido en la mansedumbre de jornadas en el confinamiento, antes de la jubilación y el regreso al fervor de los albores en otoño. La vehemencia juvenil despierta al burócrata liberado de las rutinas y el escepticismo; la templanza del protagonista alcanza el milagro fraguado con una escritura inquieta; el narrador mantiene vivo el fulgor de un pachuco que transforma el pasado en suspenso promisorio, siempre animado por el oficio de vivir.