Reseña:

La autora demuestra, a través de un minucioso análisis filológico, cómo muchos documentos relacionados con don Diego de Mendoza, que se creían del periodo colonial temprano, son en realidad reelaboraciones tardías inspiradas en manuscritos del siglo XVI. Es en ellos donde don Diego de Mendoza aparece como un personaje de notable alcurnia, al que se adorna con los apellidos más ilustres del pasado y se le hace acreedor de un extenso cacicazgo. Por otra parte, desde el punto de vista de las fuentes del siglo XVI, aborda la figura del cacique y gobernador tlatelolca, don Diego de Mendoza, para comprender el contenido de la documentación en torno a este personaje y para percibir cuándo un documento del periodo colonial tardío ha podido ser alterado históricamente y por qué motivos. Así, Castañeda de la Paz analiza las fuentes del siglo XVI y los textos de los siglos XVII y XVIII para destacar que el don Diego de Mendoza que pintan las fuentes del periodo colonial temprano está muy lejos de ser aquel señor de ostentosos apellidos de los manuscritos tardíos. La autora aporta un panorama general de la historia de la casa real tlatelolca y sus estrechas relaciones con las casas reales de Azcapotzalco, Tenochtitlan y Tlacopan, para entender por qué varias personas ajenas a Tlatelolco se aferraron a lo largo los siglos XVII y XVIII a la figura de don Diego de Mendoza y por qué en sus documentos resurgen algunos aspectos de la etnicidad tlatelolca. Enfatiza que los caciques emparentados con don Diego de Mendoza, entre otros, don Joseph y don Roque, quienes lograron acceder a algunos documentos con la intención de acreditar su condición de nobles, se dieron a la tarea de reelaborar esos papeles para enaltecer la figura de su supuesto antepasado, apoyados en la información histórica procedente de muchos otros manuscritos que tenían a su alcance. Muestra, además, la facilidad y ligereza con la que ciertas personas se dedicaron a elaborar nuevos documentos a partir de la información de otros, con el objetivo de responder a los intereses de ciertos pueblos o personas particulares. Reconoce que muchos son difíciles de fechar porque la intención era hacer creer que se trataba de copias de antiguos manuscritos, de ahí que se les pusiera fechas tan tempranas. Debido a eso, para estudiarlos, la autora, toma como guía el estilo de la letra en la que se redactaron o por el estilo en que se pintaron los escudos de armas. Asimismo, busca demostrar el parentesco que existe entre varias pictografías, a partir del contexto histórico en que todas ellas se elaboraron, para responder a cuestiones como quiénes las hicieron, por qué y para qué; para ello, se apoya de documentos con temática muy variada y elaborados en la segunda mitad del siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII, donde muy pocas pictografías tienen a don Diego o a su hijo don Baltazar como protagonista. Finalmente, plantea que don Diego no surgió de la nada, pues su padre -Roque García- y su tío -Joseph de Morales-, pasaron parte de su vida inmersos en la reelaboración de muchos manuscritos porque nació y creció en un ambiente intelectual rodeado de documentos que debieron despertar en él gran interés y entusiasmo, haciendo de la producción de los manuscritos pictográficos y alfabéticos su medio de vida y siendo él el autor intelectual de los códices techialoyan, entre otros documentos.