Reseña:

El cuento mexicano goza de un lugar significativo dentro del enorme marco artístico nacional. En los mejores cuentistas mexicanos se percibe una cosmovición multifacética y perspicaz. El buen cuentista mexicano sabe reír, sabe llorar, sabe desenmascarar lo ridículo y absurdo, sabe enfocar y criticar la injusticia social, sin caer en el panfletismo gratuito. Cuando descubre lo grande y lo mezquino, tanto en sí como en otros, se burla de lo propio igual que de lo ajeno. Por paradójico que pueda parecer, ha ensanchado los estrechos límites del género sin desbordarse en una verborrea intolerable para el impaciente lector moderno. Prueba de esto es que el cuento mexicano no sólo finca sus energías en el desarrollo de la "situación", sino que también ilumina (o ensombrece, según el caso) las interioridades del personaje. A partir de Rulfo, lo que Poe y Quiroga y Borges creyeron imposible ya es una realidad: tanto el personaje como el "hipotético" narrador han cobrado proporciones humanas dentro del restringido espacio del cuento. Hoy, en el nuevo cuento mexicano, lo trascndental convive en paz con lo antisolemne.